Baroja llevó hasta el extremo la tendencia antirretórica de
la generación del 98. Los artificios de estilo le parecían “adornos de
cementerio”. Su prosa se caracteriza por ser espontánea, vivísima, rápida,
concisa y amena. Azorín consideraba que el de Baroja era un gran
estilo, y decía: “Baroja escribe para decir algo, y lo dice de la manera más
rápida y concisa posible”.

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